El último drama del ballet ruso
comienza a las 23.00 del pasado jueves 17. Serguei Filin, de 42 años,
director artístico del Teatro y del Ballet Bolshói de Moscú atravesaba el
aparcamiento al aire libre frente al edificio donde tiene su vivienda, en el
número 9 de la calle de Troishkoi de la capital rusa. Un encapuchado acompañado
por otro hombre se le acercó por la espalda, lo llamó por su nombre y al
volverse el ex bailarín, recibió en la cara medio litro de ácido sulfúrico. Los
agresores huyeron. Filin, como primer e instintivo acto, se echó nieve, pero
esa acción agravó las lesiones y aumentó el dolor. Junto a él estaba su mujer,
María Prorvich y a sus gritos, acudió el guarda del aparcamiento. En las
primeras noticias se hablaba de que tanto la esposa de Filin como el guardia
podían haber visto a los atacantes, que fueron registrados en vídeo por el
sistema de vigilancia, pero la escasa calidad no permite una identificación
fiable. El efecto del ácido en la piel es, la mayoría de las veces,
irreparable. Al parecer, Filin tiene el ojo derecho perdido. Se batalla por
salvar algo del izquierdo. Ya ha sido operado tres veces, anteayer viernes, la
última.
Como relata Silvia Sánchez Ureña en
su blog Balletómanos
(el medio virtual especializado en la actualidad del ballet ruso con la
información más detallada y fiable del atentado), Serguei Filin fue llevado
hasta el Hospital 36 de Moscú, donde recibió un diagnóstico de quemaduras de
tercer y cuarto grado en el rostro, llegando a tener afectados ojos y corneas.
Se habló de trasladar al paciente a Bruselas, a un reputado hospital militar
especializado en quemados de guerra; luego, los médicos desecharon el viaje.
Enseguida, en el Teatro Bolshói de
Moscú la maquinaria de relaciones externas se puso en marcha y se habló de que
Ruslan Pronin le sustituiría temporalmente. Finalmente será Galina Stepanenko,
ex primera bailarina de la casa y también primera esposa de Filin, que se
mantenía en su entorno directivo y goza de su confianza. Filin, desde sus
primeras declaraciones en el hospital, ha dicho que nada de dejar el cargo.
Volverá “quizás no tan guapo”, pero seguirá al frente del complejo teatral más
grande Rusia.
'No disparen a los cisnes blancos'
Gore Vidal, balletómano confeso en
su juventud, escribió en 1954 (bajo el seudónimo de Edgar Box) la novelita
negra Muerte en la quinta posición, donde recreó el mundo de intrigas,
rivalidad y mezquindades que era por dentro el antiguo Metropolitan Opera House
de Nueva York y una compañía de ballet compuesta por rusos emigrantes,
franceses melancólicos y latinas ardientes; también había norteamericanos
imitando a los europeos. El odio interno venía de lejos, de Rusia, lo traían
los artistas en el magro equipaje y allí, en la novela, la sangre llega al
lago. También de una manera edulcorada, los filmes de Michael Powell y Emeric
Pressburger tocaban el tema de los directores tiranos y las luchas intestinas
entre divas del tutú.
Las fantasías con eco literario de
que un decorado caía de vez en cuando en la cabeza de la bailarina, bombones
trufados de un potente laxante o los trajes que se descosían solos al bailar
como por arte de magia, responden en el fondo a realidades, como también la
hilarante situación de que llovieran al escenario un gato (vivo) o un ramo de
flores anudado con una vistosa filacteria de corona fúnebre con la leyenda:
“Por tu eterno descanso”.
El crítico e historiador del ballet
ruso Vadim Gayevski no se anda por las ramas: “Lo que ha sucedido a Serguei
Filin ha sorprendido a todos, pero en realidad no tanto. Incluso en la época
soviética las bailarinas del Bolshói se encontraban vidrio molido dentro de sus
zapatillas de punta, y es cierto que la primera bailarina Galina Ulanova
recibió muchas cartas de amenaza”.
Maya
Plisetskaia, que estuvo casi 50 años a la cabeza del elenco del Bolshói, cuenta
en su autobiografía muchas de estas intrigas palaciegas y cómo se lesionaba la
vida de los artistas dentro y fuera de los muros del teatro, con artes que iban
desde el espionaje doméstico a sospechosas gotas de aceite en el suelo. En la
Rusia de hoy (y no sólo allá) se reproducen los comportamientos fraticidas y es
por eso que se vuelve tan aterrador el titular del artículo aparecido anteayer
en Moskovskie Novosti, escrito por la periodista Anna Gordeeva dando
cuenta de la huída el pasado mes de octubre de la primera bailarina del Bolshói
Svetlana Lúnkina con sus hijos hasta Montreal para alejarse lo más posible de
las amenazas recibidas: “No disparen a los cisnes blancos”.