Cuando el fotoperiodista Ángel López Soto (Buenos
Aires, 1962) se enteró el año pasado de la muerte de su retratada, Mãe
Filhinha, la noticia le marcó para siempre. No tanto por el hecho en sí —era
centenaria—, sino porque la brasileña se lo había vaticinado años atrás.
"La matriarca me dijo que iba a morir a los 110 años, como su madre. Y así
sucedió". Si el argentino tiene que destacar a alguien para definir su
trayectoria fotográfica, la elige a ella. La fotografió seis veces, la última,
seis años antes de esa muerte premonitoria. Era la médium más anciana de su
tribu en Cachoeira, una ciudad a 55 kilómetros de San Salvador (Brasil).
Lo que atrajo a López Soto de Cachoeira fue la fiesta
de la Boa Morte (Buena Muerte), una celebración pagana de sincretismo
religioso interpretada por casi una treintena de mujeres que forman la Irmandade
da Boa Morte (Hermandad de la Buena Muerte). Las integrantes, descendientes
de esclavas, rinden homenaje a las ancestras cada verano. El momento más íntimo
de este festejo, que dura tres días, llega cuando entran en trance y se
comunican con el más allá: "Es algo especial y reservado que les conecta a
ellas y a sus seguidores con las fuerzas de los orixás [dioses de esta
creencia de origen africano]", explica el fotógrafo.
"Mãe Filhinha tenía seriedad y alegría al mismo
tiempo, pero sobre todo era prudente", recuerda López Soto, afincado en
Madrid.
"La fotografía para mí es una puerta a la
curiosidad", dice quien comenzó la profesión a los 22 años. Desde
entonces, el argentino asegura haber estado en más de 70 países, entre los que
destacan sus trabajos sobre India y sobre tibetanos exiliados por todo el
mundo.
La obra de este
autor es un "invite a la reflexión". López Soto lleva a sus espaldas
miles de instantáneas, pero sobre todo historias: "Las de la gente".
Interessante, a premonição da morte.
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