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Francisco Franco no Azor. |
Quizás sean pocos los que conozcan la azarosa historia el Azor, emblemático barco de Franco, lugar de reuniones de Estado durante la dictadura y motivo de polémica durante el primer gobierno socialista al ser utilizado durante un crucero de verano. El país no estaba preparado entonces para aceptar el Azor como parte del patrimonio, sin más, y con el fin de evitar males mayores era subastado en 1990 con el compromiso de que su destino final fuera el desguace. Las cosas terminaron por ser algo diferentes, ya que el comprador trató de convertir el barco en una especie de lugar de ocio flotante y, al no conseguirlo, lo dejó varado en medio del campo castellano, en la provincia de Burgos, donde se convertiría en reclamo turístico para curiosos y nostálgicos hasta que por diferentes avatares se vendió la finca a un nuevo propietario (imagen superior). ¡Qué imagen tan alucinante la del barco en medio de la meseta, visitado por unos personajes que debían ser particulares al menos! Sólo con esto hubiera bastado para construir un relato memorable a propósito del final de los emblemas del poder y de la fragilidad de los fastos del mundo. No obstante, como ocurre con las mejores narraciones, las cosas no se han quedado ahí.
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Fernando Sánchez Castillo, uno de nuestros artistas más internacionales, interesado en la memoria histórica y amante sobre todo de los relatos, llevaba tiempo siguiendo la pista al barco, interesado, como es recurrente en él, en los símbolos de la Dictadura -y su destino- que relee con ironía y con distancia –que es el único modo de releerlo las historias recientes. Por fin y tras diferentes avatares, a finales del año pasado ha podido comprar el Azor a su nuevo propietario, perplejo ante el monstruo varado en la su parcela, suponemos. Ahora el Azor está en el Matadero de Madrid. Sánchez Castillo ha llevado a cabo el destino final que se había puesto como condición en la subasta de 1990: lo ha convertido en material de desguace, cubos de material prensado (imagen inferior). Es increíble ver la Historia –con mayúscula- convertida en chatarra, una operación inteligente también desde el punto de vista de la propia historia del arte. De hecho, si en sus relecturas del franquismo el artista suele ser más literal, más narrativo, esta vez ha apostado por una obra a punto de ser minimalista, con homenajes a Arman y Nevelson, con la cual el espectador se da de bruces en la instalación. La obra es bella e inesperada y ahí reside lo irónico –nadie diría que es el Azor. Sólo un mástil maltrecho, a un lado, rompe el encanto de lo impoluto y la puesta en escena minimal, quizás porque la historia corre siempre tras de nosotros, hagamos lo que hagamos. Y los fantasmas. Eso es lo interesante de este Azor deconstruido: por mucho que se desguace es imposible eliminar el pasado.
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Fernando Sánchez Castillo, uno de nuestros artistas más internacionales, interesado en la memoria histórica y amante sobre todo de los relatos, llevaba tiempo siguiendo la pista al barco, interesado, como es recurrente en él, en los símbolos de la Dictadura -y su destino- que relee con ironía y con distancia –que es el único modo de releerlo las historias recientes. Por fin y tras diferentes avatares, a finales del año pasado ha podido comprar el Azor a su nuevo propietario, perplejo ante el monstruo varado en la su parcela, suponemos. Ahora el Azor está en el Matadero de Madrid. Sánchez Castillo ha llevado a cabo el destino final que se había puesto como condición en la subasta de 1990: lo ha convertido en material de desguace, cubos de material prensado (imagen inferior). Es increíble ver la Historia –con mayúscula- convertida en chatarra, una operación inteligente también desde el punto de vista de la propia historia del arte. De hecho, si en sus relecturas del franquismo el artista suele ser más literal, más narrativo, esta vez ha apostado por una obra a punto de ser minimalista, con homenajes a Arman y Nevelson, con la cual el espectador se da de bruces en la instalación. La obra es bella e inesperada y ahí reside lo irónico –nadie diría que es el Azor. Sólo un mástil maltrecho, a un lado, rompe el encanto de lo impoluto y la puesta en escena minimal, quizás porque la historia corre siempre tras de nosotros, hagamos lo que hagamos. Y los fantasmas. Eso es lo interesante de este Azor deconstruido: por mucho que se desguace es imposible eliminar el pasado.
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